3 de abril de 2013

VELÁZQUEZ, SU VIDA Y OBRA, 1/3

Vamos a adentrarnos un poco en la vida y obra de un sevillano, quizás el más conocido dentro del panorama artístico, como es Diego Rodríguez de Silva y Velázquez y del que veremos someramente las obras más destacadas que pintara en cada etapa. Fue un pintor del barroco, considerado uno de los máximos exponentes de la pintura española y figura indiscutible de la pintura universal. El reconocimiento como pintor universal fue algo tardío, se produjo hacia 1850, alcanzando su máximo reconocimiento entre 1880 y 1920, coincidiendo con los pintores impresionistas franceses para los que fue todo un referente. Manet se sintió tan maravillado con su pintura que lo calificó como «pintor de pintores» y «el más grande pintor que jamás ha existido». Su producción total está en torno a las 125 obras.
Velázquez, como sabemos, nace en Sevilla en la antigua calle Gorgoja, hoy calle Padre Luís María Llop, 4, en las inmediaciones de la Plaza del Cristo de Burgos, hoy esta casa es propiedad de los diseñadores sevillanos, Victorio&Luchino. fue bautizado el 6 de junio de 1599 en la Iglesia de San Pedro.
Casa natal de Velázquez
En esa primera imagen, vemos el autorretrato del artista, la mayor parte de los especialistas lo consideran como auténtico, aunque debido a su mal estado de conservación no se puede afirmar con rotundidad. También existe cierta incertidumbre con respecto a la edad que tendría en ese momento, lo que haría variar la fecha de su ejecución. El grupo de expertos que han estudiado este cuadro, consideran que tendría unos cincuenta años, por lo que se fecharía alrededor de 1650. Como vemos, el busto aparece recortado sobre un fondo neutro con el que se pretende obtener un efecto volumétrico. Su colorido es muy oscuro, destacando el rostro con un potente foco de luz procedente de la izquierda. Su talento afloró a muy temprana edad. Recién cumplidos los diez años comenzó su formación en el taller de Francisco de Herrera el Viejo, pintor prestigioso en la Sevilla del siglo XVII. Sin embargo como Herrera tenía muy mal carácter, el joven alumno no lo soportaba, así que unos meses después, en 1610, cambió de maestro y se marchó al taller de Francisco Pacheco en el que permaneció durante seis años.
En el taller de éste, Velázquez adquirió su primera formación técnica. El contrato de aprendizaje fijaba unas condiciones de servidumbre, el joven aprendiz debía moler los colores, calentar las colas, decantar los barnices, tensar los lienzos, armar bastidores, en definitiva tenía que hacer todas aquellas labores auxiliares. Pacheco era un hombre de amplia cultura, autor de un importante tratado, “El arte de la pintura”, publicado tras su muerte. Como pintor era mediocre, siendo un fiel seguidor de Rafael y de Miguel Ángel. Desde un principio se dio cuenta de las cualidades de su discípulo y supo dirigirlo sin limitar sus capacidades. Pacheco al final fue más conocido por sus escritos y maestro de Velázquez que como pintor.
Terminado el periodo de aprendizaje en 1617, aprobó el examen ante el gremio de pintores de Sevilla, recibiendo la licencia para ejercer como maestro de imaginería y pintura al óleo, ello le permitía poder practicar su arte en todo el reino, tener tienda pública y contratar aprendices, aunque no se sabe si al final tuvo taller.
Poco antes de cumplir los 20 años, en abril de 1618, se casa con la hija de Pacheco, con la que tuvo dos hijas. En estos primeros años desarrolló con gran maestría la representación del relieve, mediante los nuevos métodos del claroscuro que llegaban de Italia, principalmente por el naturalismo de Caravaggio. En sus cuadros aparece una fuerte luz dirigida que acentúa los volúmenes y objetos sencillos que aparecen destacados en primer plano. El cuadro de género o bodegón, de procedencia flamenca, con su representación de objetos cotidianos y tipos vulgares, le sirvió para desarrollar estos aspectos.
Uno de sus primeros cuadros es el Almuerzo de campesinos, en la actualidad se encuentra en Budapest. Es una de sus primeras obras, ya que lo pintó en 1618. Este bodegón representa a tres campesinos almorzando y cuyas figuras ya comienzan a revelar el conocimiento de la anatomía humana por parte del artista. La composición muestra al hombre más joven con la mano derecha reforzando el relato que emana de sus labios entreabiertos. El hombre de más edad escucha atentamente mientras acerca su copa hacia la mujer para que se la rellene de vino.
En primer término del cuadro sobre una mesa vestida con un mantel blanco aparecen los alimentos, pescados, zanahorias, el pan, limón y el cobre.
También la producción del pintor en este tiempo se vuelca en los encargos religiosos como la Inmaculada Concepción que actualmente se encuentra en la National Gallery de Londres. Posiblemente fuera un encargo para la iglesia del Convento de los Carmelitas Calzados de nuestra ciudad en 1618. Algunos especialistas consideran que se trata del retrato de la esposa del pintor, Juana Pacheco, otorgando de esta manera un mayor realismo a la composición.
El tema de la Inmaculada es uno de los más habituales en el Barroco español, especialmente en la Escuela sevillana, cuya composición había impuesto su suegro, en la que María se representaría como una mujer joven, coronada de estrellas y vestida con túnica blanca y manto azul. Sus manos se colocarían a la altura del pecho, mientras que su cabeza miraría hacia el lado contrario, creando un interesante efecto de movimiento y apoyando sus pies sobre una media luna en este caso traslúcida.
Velázquez sigue este esquema destacando las nubes del fondo y el efecto de paisaje de la zona baja del lienzo, donde inserta los atributos de la Virgen (el templo de Dios, la fuente sellada, etc.). Sin embargo al contrario de lo que aconsejaba su suegro, María aparece vestida con una túnica rojo-púrpura en la que se marcan los pliegues, posible influencia de la pintura flamenca o de la imaginería española del momento.
La adoración de los magos pintado hacia 1619, vemos sobre un fondo crepuscular los personajes de la historia sagrada, parecen ser retratos de la familia del pintor, pudiéndose identificar a Velázquez con Gaspar, a Melchor, el más anciano, con su suegro Francisco Pacheco, a la Virgen con su propia mujer y al Niño con su hija recién nacida, Francisca. Velázquez llevaba dos años ejerciendo como maestro de pintura y un año casado con Juana Pacheco cuando realiza esta obra adscrita a su etapa sevillana. El interés por el claroscuro, la calidad táctil y la descripción detallada de objetos y texturas dan a la escena religiosa un carácter cercano e inmediato que enlaza con los principios de la Contrarreforma que exigía un espíritu más evangélico.
De esta época es y considerada una obra maestra la Vieja friendo huevos de 1618, en ella demuestra su maestría en la fila de objetos en primer plano, en la que destacan superficies y texturas mediante una luz fuerte e intensa. En él aparece una anciana en el momento de freír unos huevos en una cazuela de barro vidriado sobre un anafe, moviendo el aceite con una cuchara de maderaa la vez que se dispone a cascar otro huevo. Levanta la mirada, con expresión de ciega, hacia un muchacho situado a la izquierda que lleva un frasco de vino y un melón. Al fondo cuelga una esportilla y en el suelo vemos un caldero de cobre. A la derecha, en una mesita, hay una naturaleza muerta sencilla y ordenada, un mortero, el plato con un cuchillo, cebolla, jarras de cerámica. La anciana podría ser la suegra del pintor y el muchacho un recadero que le servía de modelo ya que son los mismos personajes populares que aparecen en otros cuadros de la época.
La composición es sencilla, de pocos personajes pero muy lograda. El pintor utiliza el recurso de las medias figuras que parecen muy reales y cercanas al espectador, para implicarlo en la acción, lo que consigue también con la mirada del muchacho. La escena carece de movimiento, hay una gran quietud, como si hubieran sido sorprendidos en ese preciso instante.
La técnica empleada es tenebrista, con contrastes de luces y sombras sobre un fondo oscuro. El colorido es austero, predominan los tonos ocres y pardos. La toquilla de la anciana, los huevos, el plato y la jarra son manchas blancas que contrastan con la oscuridad del fondo. El dibujo está muy conseguido, los contornos son muy nítidos y recortados, aunque vemos la gran importancia de la luz y el color.
Este cuadro aparentemente es un bodegón con figuras, pero la intención del artista pudiera ser realizar una reflexión visual sobre los sentidos del Tacto y de la Vista como instrumentos de conocimiento de la realidad, la anciana, casi a ciegas, tantea con la cuchara entre las manos y el muchacho mira la variedad de los objetos, representando el sentido del Gusto.
Otra obra maestra de esta época es el aguador de Sevilla realizada en 1620, tiene excelentes efectos, el cántaro de barro capta la luz en sus estrías horizontales mientras pequeñas gotas de agua transparentes resbalan por su superficie o la transparencia de la copa de cristal con un higo en su interior para endulzar el agua. Posiblemente sea la obra maestra de la etapa sevillana. Aparecen dos figuras en primer plano, un aguador y un niño, y al fondo un hombre bebiendo en un jarro, por lo que podría representar las tres edades del hombre, el aguador, un anciano, ofrece una copa con agua a un chico joven, esa copa representa el conocimiento, mientras tanto, al fondo de la escena, un mozo aparece bebiendo, como si estuviera adquiriendo los conocimientos.
Velázquez sigue destacando por su vibrante realismo, como demuestra en la mancha de agua que aparece en el cántaro, la copa de cristal, en la que vemos un higo o los golpes del jarro de la izquierda, realismo que también se observa en las dos figuras principales que se recortan sobre un fondo neutro, interesándose el pintor por los efectos de luz y sombra. El colorido que utiliza sigue una gama oscura de colores terrosos, ocres y marrones. La influencia de Caravaggio en este tipo de obras se hace notar, posiblemente por grabados y copias que llegaban a Sevilla procedentes de Italia. Actualmente se encuentra en Londres.
Sus obras, en especial sus bodegones, tuvieron gran influencia en los pintores sevillanos contemporáneos, existiendo gran cantidad de copias e imitaciones. De las veinte obras que se conservan de este periodo, nueve se pueden considerar bodegones. Al ser unas obras tan distintas a lo que se hacía en ese momento en Sevilla, se ha debatido ampliamente sobre en qué se inspiraba para realizarlas. La originalidad de estas pinturas hace pensar que conocía de alguna manera el arte que se estaba realizando en el resto de España y en Europa.
En 1621 muere en Madrid Felipe III y el nuevo monarca Felipe IV, favorece a un noble de familia sevillana, Gaspar de Guzmán, conocido posteriormente como el conde-duque de Olivares, convirtiéndose en poco tiempo en el todopoderoso valido del rey. Olivares procuró y consiguió que la corte estuviera integrada mayoritariamente por andaluces. Al conocer esta determinación Pacheco, lo entiende como la gran oportunidad para su yerno, por lo que lleva a cabo los contactos oportunos para que Velázquez fuese presentado en la corte. Esto sucedía en la primavera de 1622, Velázquez realiza su primer viaje a Madrid y probablemente fuera presentado al Conde-Duque. Pero según relata el propio Pacheco «no pudo retratar al rey aunque se procuró», por lo que al poco tiempo vuelve de nuevo a Sevilla.
En ese periodo conoció a personajes influyentes de la Corte, y retrató a Luís de Góngora en 1622, poeta de cierta relevancia en la Capital. Durante su estancia en Madrid, pudo visitar las colecciones reales de pintura, donde Carlos I y Felipe II habían reunido cuadros de reconocidos pintores, es en ese momento cuando debió comprender la limitación artística de nuestra ciudad. El estudio posterior de la colección real, especialmente los tizianos, tuvo una decisiva influencia en la evolución estilística del pintor que pasó del naturalismo austero y de las gamas terrosas de su época sevillana, a la luminosidad de los grises plata y azules transparentes de su madurez.
Año y medio después de su primer viaje a Madrid, en el verano de 1623, los amigos de Pacheco, principalmente Juan de Fonseca, que era capellán real y había sido canónigo de Sevilla, consiguieron que el conde-duque llamase a Velázquez para retratar al rey. Como agradecimiento a Juan de Fonseca por las molestias causadas, le regaló el cuadro El aguador de Sevilla ya que su intermediación le ayudó a posicionarse en la corte.
En octubre de ese mismo año se ordenó a Velázquez que trasladara su casa a Madrid, siendo nombrado pintor del rey. La rápida ascensión de Velázquez provocó el resentimiento de los pintores más veteranos, acusándolo de ser sólo capaz de pintar cabezas. Esto provocó la convocatoria de un concurso en 1627 entre Velázquez y los otros tres pintores reales, Carducho, Cajés y Angelo Nardi. El ganador sería elegido para pintar el lienzo principal del Salón Grande del Alcázar de Madrid, que estaba situado en los terrenos del actual Palacio Real. 
El motivo del cuadro era la expulsión de los moriscos de España, del que solo podemos contemplar un boceto. El jurado, entre los presentados declaró vencedor a Velázquez y el cuadro fue colgado en el lugar elegido, posteriormente fue pasto de las llamas en 1734 en el incendio originado en el Alcázar. Este concurso supuso un cambio en los gustos de la corte, aceptando el nuevo estilo en la pintura.
En esta etapa realiza con gran acierto el retrato oficial de Felipe IV, (1623-1628) en el que aparece con los elementos clásicos del retrato cortesano. Vestido de negro con cuello ancho.
La mesa de trabajo sobre el que apoya la mano, junto con el papel de la mano derecha, aluden a la actividad cotidiana de un gobernante, la mano apoyada en la espada, sugiere su responsabilidad en la defensa militar de los reinos. Es uno de los primeros retratos que Velázquez hizo del rey poco después de su llegada. El dominio del espacio lo consigue colocando la figura en una estancia indefinida.
Velázquez hizo varios retratos similares del monarca, cómo el que aparece solamente el busto del Rey Felipe IV, (1628) está representado con armadura y banda encarnada. Puede tratarse de parte de un cuadro de mayores dimensiones por las diferencias estilísticas entre la cabeza, de estilo más severo y la armadura y la banda que hacen pensar en dos momentos distintos de ejecución.
Es en esta época cuando realiza la mayor parte de los retratos de la familia real, como el del Infante Carlos de Austria, (1626-1628) esta es una de las pocas imágenes que se conocen del hermano del rey, al que vemos vestido con traje negro, con realces en gris y capa corta, la soberbia cadena de oro y el Toisón son los únicos elementos de adorno. De biografía poco conocida, don Carlos pasó la mayor parte de su vida a la sombra de su hermano.
Velázquez logró plasmar el carácter indolente del Infante, fruto de su situación en la corte. La disposición de la figura delante de un fondo neutro, la forma en que está modelada mediante las gradaciones de luz y la sombra que proyecta sobre el suelo, hacen de este retrato uno de los más logrados del artista. Si observamos la mano que apenas sujeta el guante es de una belleza extraordinaria, mientras que con la izquierda sostiene con naturalidad un sombrero de fieltro.
En 1628 Velázquez había sido ascendido a pintor de cámara, el cargo más importante entre los pintores de la corte. Su trabajo principal consistía en realizar retratos de la familia real, por lo que éstos representan la mayor parte de su producción. Otro de sus cometidos era pintar cuadros para decorar los palacios reales, lo que le dio una mayor libertad en la elección de los temas y en cómo representarlos, libertad de la que no gozaban los pintores comunes, atados a los encargos y a la demanda del mercado. Velázquez podía aceptar también encargos particulares, pero desde que se trasladó a Madrid, solo los aceptó de los miembros más influyentes de la corte. Se sabe que pintó varios retratos del rey y del conde-duque, muchos de los cuales se perdieron en el incendio del Alcázar.
Entre las obras conservadas de esta época destaca especialmente El triunfo de Baco, (1628-1629) también conocido por los borrachos, considerada su primera composición mitológica, en la que representa la antigüedad clásica como una reunión de campesinos de su tiempo, reunidos alegremente para beber, donde podemos observar que todavía persiste el costumbrismo sevillano. El dios del vino, sentado en un tonel, semidesnudo y tocado con hojas de vid corona a un joven soldado rodeado de un grupo de bebedores.
Contrasta la gravedad del grupo de la izquierda que sigue el ritual y la ironía picaresca y el realismo del grupo de la derecha. Los rostros son muy realistas y naturalistas como vemos en el borracho que mira al espectador haciéndole partícipe de la fiesta. En un alarde de técnica y realismo, coloca dos jarras en primer término que configuran un bodegón barroco muy típico.

Continuará... 




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